Me referiré a la obra fundamental de Manuel Castells, “La era de la información”. Su perfil de sociólogo lo aventaja en la investigación que publica, atrae la constante perspectiva histórica que señala en el análisis de las revoluciones, en cuanto a sus condiciones e implicancias económicas, sociales y culturales. Es precioso el trabajo en cuanto aporta conocimiento sobre la gestación de los procesos revolucionarios, porque de este modo se puede preparar el terreno para aprovechar todo su impulso.
En este informe seleccioné dos ideas:
La primera es la vinculación entre dos citas, ambas del Tomo I, Cap. I “La revolución de la tecnología de la información”, que dicen “la innovación tecnológica no es una instancia aislada. Refleja un estado dado del conocimiento, un ambiente institucional e industrial particular, una cierta disponibilidad de habilidades para definir el problema técnico y para resolverlo, una mentalidad económica para hacer que la aplicación sea eficiente en términos de costos, y una red de productores y usuarios que puedan comunicar sus experiencias acumuladas, aprendiendo por el uso ...”. No es casualidad, no es “pegarla”, se debe trabajar a conciencia para lograr la revolución. En ese orden, Castells propone la hipótesis de que la profundidad del impacto social de las TIC está dada por la importancia que tenga la información, para la sociedad. Por eso señala en la pág. que “la sociedad industrial, al educar a sus ciudadanos y al ordenar gradualmente la economía en torno al conocimiento y la información, preparó el terreno para el potenciamiento de la mente humana cuando las nuevas tecnologías de la información estuvieran disponibles”.
Entonces, la sociedad industrial de la que habla Castells está formada por los industriales, el gobierno y sus instituciones, el sistema educativo y la mano de obra articulados en ese sistema, los sectores económicos productivos y los consumidores. La idea de grupo, de trabajo en cadena, porque a todos beneficia.
Entonces, esa sociedad reconoció que el nuevo paradigma de la riqueza estaba en poseer conocimiento, especialmente el científico. Para lo cual se requiere básicamente de información a partir de la cual se “crea”, se “inventa”, se “innova”. La sociedad es libre, goza de bienestar y aspira al progreso. Ésta es una condición para el éxito de la revolución actual, porque el autor señala que la velocidad con que se expanden los cambios, no son uniformes, algunos países la reciben a la velocidad del relámpago y otros permanecen desenchufados. Resulta ejemplificador el paralelo entre USA y la URSS respecto de la carrera espacial disputada hasta los 70, año del nacimiento de la revolución, cuando USA consigue acelerar sin dejar rastro que puedan seguir los rusos. La revolución era lógica consecuencia, una “fatalidad” del entorno, se veía venir un final cantado, por lo menos para los miembros de la sociedad industrial que escribían la historia.
La otra cita, se trata de la comparación entre las TIC y la energía, como motores revolucionarios. Pensar que la problemática energética es hoy de alcance mundial (todos las sociedades serias la incluyen en su agenda), y que la revolución de las TIC es absolutamente dependiente de la energía más accesible que ha dado la segunda revolución industrial (la electricidad), me lleva a reflexionar si los argentinos, miembros de la sociedad informacional, estamos preparando el terreno convenientemente para aprovechar el impulso de la nueva revolución, y no quedar a la saga, nuevamente, admirando la capacidad de acierto de otros países: su visión estratégica.
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